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19 de septiembre de 2016

Unos días en China entre Mongolia y Corea

El Transmongol -el ramal del Transiberiano que va de Moscú a Beijing cruzando Mongolia- cruzó la frontera con China muuuuy lentamente. No solo por las típicas labores aduaneras, sino porque el ancho de vía es diferente y tienen que retirar, uno a uno, todos los bogies del tren (una pasada lo que sé yo de trenes, por qué será) y sustituirlos por otros con ancho de vía chino. Las grúas levantaron cada uno de los coches tan suavemente que ni lo notamos. Así, normal que la operación durara varias horas.

Pero llegamos a Beijing, que era lo importante. La ciudad nos recibió con un tiempo otoñal estupendo, de esos soleados, claros, sin excesivo calor. ¡Fuera jerseys, vengan las sandalias! Sin la presión de ver todos y cada uno de los monumentos de Beijing, ciudad que ambos ya habíamos visitado con anterioridad (mi primera vez nada menos que en 1991, no os podéis imaginar lo que ha cambiado), nos dedicamos a pasear por sus hutongs (esas estrechas callejuelas de barrio tan características de Beijing y, desgraciadamente, en fase de desaparición por aquello del progreso), recorrer en bici sus enormes y arboladas avenidas, hacer algún recado, visitar algún punto turístico y poco más. Un gusto.

7 de septiembre de 2016

Dicen en Mongolia que "un hombre sin una bici es como un pájaro sin alas"

Bajaba la cuesta a toda velocidad. No parecía importarle que el espantoso camino fuera empinado, estuviera lleno de barro, piedra suelta y alguna que otra traicionera raíz. Mirándonos sin vernos, impasible el ademán en esa cara curtida por los rigores del clima de la estepa, conducía su hierro chino con una mano, mientras con la otra sostenía el cigarrillo al que le daba caladas de vez en cuando. El alcohol que llevaba en el cuerpo, a buen seguro un vodka Genghis Khan -brebaje infecto donde los haya, que en una inolvidable ocasión tuve que catar por mor del respeto y la fraternidad entre los pueblos del mundo y que a fe mía seguro que también es utilizado como combustible para los lanzallamas-, probablemente contribuía más a su temerario pilotaje que los años de experiencia por esos senderos. A pesar de que su "brioso corcel", que diría un cursi, era una moto china del año del caldo y no un caballo, vestía ropas tradicionales de jinete mongol: el deel (esa especie de abrigo o bata cruzado, unas veces como de raso, otras de tela gruesa, a menudo de colores chillones, ceñido a la cintura con un ancho cinturón), gorra soviética, botas de montar,... Como colofón y para "facilitar" la conducción, de paquete llevaba atada a una cabra que, pobre, no dejaba de berrear a voz en cuello y sacudir la moto, como si la fueran a matar. Que es lo que muy probablemente iba a ocurrir en breve.

Bienvenidos a Mongolia.